Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra: indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un alumno ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se
presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio
y fue directo en busca de su maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre
lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”
La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y
acarició levemente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño. El pequeño Urdaneta cambió totalmente desde entonces y fue, realmente, un placer tenerlo en clase.
Las expectativas que abrigamos hacia una persona se las comunicamos y
es probable que se conviertan en realidad.
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