jueves, 6 de octubre de 2011

Papá no olvida

Era una mañana como cualquier otra, yo como siempre me hallaba de mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar. Te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos. Y te reprendí porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te levanté del pelo y te empujé violentamente para que fueses a cambiarte de inmediato.
Camino a la escuela no hablaste, sentado en el asiento del coche llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidamente y yo solo te advertí que no hicieras travesuras.
Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos unos pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos, que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido.
Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque tu no parabas de jugar, dije que no soportaba más ese escándalo y subí a mi estudio.
Al poco rato, mi ira comenzó a apagarse. me dí cuenta que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para hacerte una caricia, pero no pude. Cómo podía un padre después de hacer su teatro de indignación mostrarse tan sumiso y arrepentido?
Luego, escuché unos golpecitos en la puerta -adelante- dije adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Me volví con seriedad hacia ti. Ya te vas a dormir? Vienes a despedirte? No contestaste, caminaste lentamente, con tus pequeños pasitos, y sin que me lo esperara aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente. Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suave en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana papito" -me dijiste. Me quedé helado en mi silla.
Qué es lo que estaba haciendo? Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta. A exigirte como si fueses igual a mí. Y ciertamente, no eres igual. Tu tienes una calidad humana de la que yo carezco. Eres legitimo, puro, bueno y sobretodo sabes demostrar amor. Por que me cuesta a mi tanto trabajo? Por que tengo el hábito de estar siempre enojado? Que es lo que me esta ocurriendo? Yo también fui niño! Cuando fue que empece a contaminarme? Después de un rato, entré a tu habitación y encendí la luz con sigilo, dormías profundamente, tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entre abierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé. Me incliné para rozar tus mejillas con mis labios, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener la congoja y cerré los ojos, una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio.

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